A vosotros, libertinos

Voluptuosos de todas las edades y sexos, sólo a vosotros dedico esta obra; nutríos con sus principios, porque favorecen vuestras pasiones, y ellas —de las que os espantan los moralistas fríos y vacíos— no son sino los medios de que se sirve la naturaleza para conducir a los hombres hacia los fines que les ha asignado. Atended esas deliciosas pasiones; sólo ellas pueden conduciros a la felicidad.

Mujeres lúbricas: que la voluptuosa Saint-Ange sea vuestro modelo; despreciad, a su ejemplo, todo lo que contraríe las divinas leyes del placer que la encadenaron.

Jóvenes doncellas, durante tanto tiempo atadas por los lazos absurdos y peligrosos de una virtud imaginaria y de una religión repugnante: imitad a la ardiente Eugenia; destruid, pisotead con su misma ligereza todos los ridículos preceptos inculcados por vuestros imbéciles padres.

Y vosotros, gentiles seductores, vosotros que desde la juventud no tenéis más frenos que el del deseo, ni más leyes que las de vuestros caprichos, que el cínico Dolmancé os sirva de ejemplo; id tan lejos como él, si a su semejanza queréis recorrer los caminos de flores que os prepara la lubricidad; convenceos con su enseñanza, ya que sólo extendiendo las esteras de sus gustos y de sus fantasías, o sea sacrificando todo a la voluptuosidad, el desdichado individuo conocido con el nombre de hombre y arrojado a su pesar sobre este triste universo podrá sembrar algunas rosas sobre las espinas de la vida.

La filosofía en el tocador. Prólogo

“La filosofía en el tocador” es, en mi opinión, la obra más compleja de las atribuidas a Sade. Su primera lectura me produjo un aturdimiento al que como lector no estaba acostumbrado. Es una obra que puede leerse de un tirón lo que multiplica su efecto. Su brevedad no deja tiempo para reflexionar, son ochenta o noventa minutos en los que nos vemos bombardeados por conceptos extremos y aberrantes, estructurados con una coherencia sin fisuras que nos impide, tan siquiera sospechar, que lo que nos está diciendo el autor sea otra cosa distinta de la que estamos leyendo o creemos estar leyendo. Solo una segunda lectura, dejando pasar el tiempo suficiente para reponernos del aturdimiento al que Sade nos ha sometido, nos permite intuir el intricado juego de velos tras el que se oculta el autor.

No pretendo haber recorrido el laberinto, ni que el camino emprendido tenga salida, pero sí creo poder afirmar que “Filosofía en el tocador” es un complicado juego de simbolismos y dobles intenciones y sólo resolviendo este juego es lícito relacionar el pensamiento de Sade con el contenido de esta obra.

Es sorprendente como en una segunda lectura sosegada aparecen toda una serie de elementos que pasaron inadvertidos en la primera. Y como, una vez descubiertos, en otra posterior lectura, lo que nos sorprenderá será el que nos pasasen inadvertidos.

Si conocemos la biografía de Sade, expurgada de sus leyendas, podremos sintetizarla mentalmente en grandes trazos que nos permitan acceder a sus motivaciones, su estado de ánimo, su pensamiento (todo dentro de lo posible) en el momento en que se decide a escribirla.

Sade adquiere la vocación de escribir casi en la infancia (el ambiente familiar: su padre, su tío, su preceptor..., probablemente también amigos y amigas de la familia, mucho tienen que ver en esta vocación) y es después del incidente de Arcueil, retirado junto a su mujer en La coste donde toma cuerpo esa vocación. Esos años los dedica a escribir profusamente, principalmente teatro, pero también narrativa. Se preocupa de montar sus obras, recurriendo a aficionados y a profesionales y, también, se preocupa de publicar sus obras narrativas. No me cabe la menor duda que la aspiración de Sade en aquella época era la de convertirse en un escritor profesional y, de haber transcurrido su vida sin sobresaltos, pienso que lo habría conseguido. Se habría convertido en un buen escritor. Su prosa es brillante y amena, a la altura de la de Bocaccio y su ingenio tan sobresaliente como el de Voltaire.

De todas las ciencias que se inculcan a un niño cuando se trabaja en su educación, los misterios del cristianismo, aun siendo sin duda una de las materias más sublimes de esta educación, no son, sin embargo, las que se introducen con mayor facilidad en su joven espíritu. Persuadir, por ejemplo, a un muchacho de catorce o quince años de que Dios padre y Dios hijo no son sino uno, que el hijo es consustancial a su padre y que el padre lo es al hijo, etc., todo esto, por necesario que sea no obstante para la felicidad de la vida es más difícil de hacer comprender que el álgebra y cuando se quiere tener éxito, uno se ve obligado a emplear ciertas equivalencias físicas, ciertas explicaciones materiales que, por desproporcionadas que parezcan, facilitan, sin embargo, a un muchacho la comprensión de la misteriosa materia.

El Preceptor filosófico

Si solo nos hubiesen llegado de Sade sus colecciones de narraciones cortas, figuraría en la historia de la literatura en lugar destacado. Y con su “Presidente burlado” podemos intuir que a poco que le hubiesen tocado las narices habría brotado un Sade luminoso. El genio está ahí y no se habría perdido, no era necesario que conociese la desesperación del encierro para que éste hubiese brotado. Hoy tendríamos un Sade distinto, un escritor que escribe por el placer de escribir, que probablemente habría vivido de su escritura, prolijo y conocedor de todos los resortes de la narración corta y la novela, probablemente también del teatro, con una prosa fluida y mordaz, un escritor que habría mostrado y denunciado la sociedad de su época en narraciones inundadas por su ingenio. Tendríamos un Sade totalmente distinto al que hoy conocemos, pero igualmente genial.

Pero Sade es encerrado durante catorce años sin juicio ni condena y sin el conocimiento del alcance de su encierro. ¿Unas semanas, unos meses, toda la vida? Su destino depende de la decisión, del capricho de terceras personas que le son inaccesibles, su único vínculo con el mundo lo encuentra en su mujer y sobrevive expulsando sus demonios mediante la escritura. Sade ya no escribirá por el placer de escribir, sino por necesidad, no escribirá ni con la cabeza ni con el corazón, sino con las tripas, y aunque repetirá los intentos de normalizar su escritura en varias etapas de su vida, serán estas obras escritas con las tripas sus mejores creaciones. Sus obras responden a una necesidad, no surgen tras la decisión de escribir sino por la necesidad de expresarse. Las 120 jornadas de Sodoma desaparecieron en la Bastilla, Sade lloró su perdida, pero no volvió a reescribirla; algo que, una vez repuesto de tal perdida, le habría resultado fácil. Podría haberla adaptado a nuevas exigencias, suavizándola si quería garantizarse su publicación. El tema, después de la revolución tenía muchas más posibilidades. Una obra que narrara las perversiones y atrocidades de un grupo de sátrapas representados por personajes del viejo régimen habría sido acogida con entusiasmo por la efervescencia revolucionaria, recibiría el beneplácito del nuevo poder que aún debe defenderse de las conspiraciones de los personajes representados. Pero Sade no vuelve sobre las 120 jornadas, rescribe los infortunios de la virtud dos veces, pero sin embargo mantiene las 120 jornadas en el cajón, aun sabiendo que el manuscrito se había perdido.

Justine es un tema universal: es la debilidad del bien frente al mal. Para Sade el tema de Justine no pierde vigencia, después de la revolución el bien sigue estando tan desvalido frente al mal como antes de la revolución, los rufianes son los mismos al igual que sus víctimas. Las diferencias que encontramos entre las tres Justines son las diferentes percepciones de Sade sobre el mismo tema en tres distintas etapas de su vida. Las 120 jornadas, aunque hoy pueda considerarse también un tema universal: las atrocidades producidas por el poder, el placer que produce ejercer el poder infringiendo dolor y sufrimiento sobre aquellos que no pueden defenderse de ese poder, para Sade fue un tema domestico. Sade en las 120 jornadas describe al viejo régimen y una vez desparece el viejo régimen el tema pierde su vigencia. Aunque hoy podamos ver simbolizados en los cuatro sátrapas de las 120 jornadas a los sátrapas que en cualquier momento histórico, en cualquier circunstancia, aun hoy, han ejercido y ejercen el poder despótico, Sade hizo un retrato tan concreto del viejo régimen que no le sirvió para retratar al triunfante poder revolucionario. Y ciertamente no es trasladable, los abusos de poder de la republica respondieron a una complejidad que no está recogida, ni puede recoger las 120 jornadas.

Y esto nos coloca en el momento histórico y personal en el que fue escrita La filosofía en el tocador. Sade que ha pasado catorce años encerrado por el viejo régimen, por el capricho de un puñado de sátrapas, advierte y sufre en propia piel su despotismo. No es necesario recurrir a sus pensamientos, escritos o citas para reconocer en Sade una repulsa visceral al viejo régimen, en concreto al despotismo. Y tampoco es necesario ningún tipo de análisis para comprender que acogiese a la revolución, la república, con entusiasmo. Que se ilusionase con una revolución que surgiendo como respuesta a ese despotismo se propone acabar con él. Participa activamente en ella, en la elaboración de política, en la organización de los hospitales de París; no parece darle demasiada importancia al modelo de estado, republica o monarquía, le es indiferente (fue el rey el que firmó su encarcelamiento, no personaliza en él sus desgracias ni las iniquidades del viejo régimen), vemos nuevamente a un Sade inteligente, es el despotismo el enemigo a vencer. Ve los peligros que corre el nuevo régimen, monárquico o republicano, aboga por un sistema que limite los poderes del estado: los representantes elegidos por el pueblo no pueden elaborar política a espaldas de ese pueblo, defiende un sistema asambleario, es el pueblo organizado en comités el que debe refrendar las leyes. Sade es elegido o ejerce las funciones de presidente de su sección cuando dimite y se aparta de la política. Dimite para no firmar una moción que considera inhumana, son los tiempos del terror, su luna de miel junto al poder ha terminado. Corren malos tiempos para la lírica, Sade es encarcelado e incluido en las listas de la guillotina. Durante semanas observa desde su celda como trabaja la guillotina desde que sale hasta que se pone el sol cercenando miles de cabezas, a la espera de que sea la suya la que ruede por los suelos. Sade escapa de la guillotina bien por un cúmulo de circunstancias afortunadas, bien por las decididas gestiones de su compañera Constante, y una vez pasada la época del terror retorna a la libertad, es ahora cuando Sade escribe La filosofía en el tocador.

Nadie como Sade ha prestado su ideario al cinismo de sus antihéroes. Hoy, tras Sade, esto es frecuente, pero desconozco que alguien se haya permitido las libertades que él se permitió.

El siguiente fragmento es de Luces de Bohemia, de Valle-Inclán:

DON LATINO: […] ¡Te has muerto de hambre, como yo voy a morir, como moriremos todos los españoles dignos! ¡Te habían cerrado todas las puertas, y te has vengado muriéndote de hambre! ¡Bien hecho! ¡Que caiga esa vergüenza sobre los cabrones de la Academia! ¡En España es un delito el talento!

Don Latino es un personaje despreciable. El escritor Max Estrella, que es a quien llora borracho a los pies de su ataúd, ha muerto de hambre y de frío preocupado por la miseria en que quedarán su mujer Madame Collet y Claudinita, su hija, cuando él falte. Muere sin saber que en el bolsillo lleva un décimo de la lotería premiado que le habría sacado de la miseria y aun con su muerte, habría garantizado el bienestar de Madame Collet y Clauidinita. Será Latino quien cobre ese décimo, Collet y Claudinita quedan condenadas a vivir y morir en la miseria.

«Morirán de hambre todos los españoles dignos» «¡Que caiga esa vergüenza sobre los cabrones de la Academia! ¡En España es un delito el talento! » Son palabras de Valle-Inclan, parece que lo lógico sería que las hubiera puesto en boca de Madame Collet o Claudinita, personajes positivos que están llorando a Max. Pero pronunciadas por don Latino adquieren múltiples significados y permite todo tipo de juegos. Se pasa de una estructura narrativa simple y facilona a otra rica y compleja. Son las ideas de Valle-Inclan, pero expuestas cínicamente por un personaje ruin. Las posibilidades de este recurso son ilimitadas. Valle-Inclán, en este caso, lo utiliza para remarcar la ruindad del personaje, completa la maquinaria de los simbolismos y se permite llamar cabrones a los académicos. Porque, ¿quién llama cabrones a los académicos: Valle-Inclan o don Latino? Esta es la esencia de la novela y el teatro: El autor vierte sus ideas en su obra, pero son los personajes los que se expresan. Ni el propio autor sabe donde acaba él y donde empiezan los personajes.

Si queremos escribir una novela para que sea leída en el metro deberemos ponérselo fácil al lector, éste únicamente quiere un sitio donde posar la vista sin tener que mirar a los demás, y que la concentración en la lectura no le impida percibir el paso de las estaciones. Deberemos ajustarnos a unas cuantas normas de fácil cumplimiento: El bueno debe ser bueno y el malo malo; hay que evitar las ambigüedades; el bueno puede permitirse pecados, pero menores; el malo podrá realizar buenas acciones, pero siempre que sean necesarias para alcanzar una mayor maldad. Creo que ya hoy podemos permitirnos una cierta licencia: el malo puede ser inteligente, incluso será recomendable si se le describe alguna psicopatía. Lo que ya no tengo tan claro es si deberemos construir un personaje bueno y tonto; yo recomendaría que de ninguna manera en el caso del protagonista. Por último, y muy importante, hay que tener cuidado como se exponen las ideas: las ideas positivas las expondrán los personajes positivos y las negativas los personajes negativos; y el narrador es usted, el autor, así es que cuidado con lo que dice y como lo dice: sea políticamente correcto, especialmente evite la ironía, puede no ser captada. No incluyo una última regla (principal cargo contra Sade) porque hoy corren otros tiempos: “la virtud será siempre recompensada”. Atendiendo a estas normas con moderada flexibilidad no correremos ningún riesgo, seremos bien entendidos.

Creo que a estas alturas no será necesario advertir que cuando Valle-Inclán pone en boca de Don Latino sus ideas, esto quiera decir que se identifica con el personaje o que, desde el momento en que pone sus ideas en boca del personaje, todo lo que exprese ese personaje será parte de sus ideas. El autor tiene plena libertad para que sus personajes expresen las ideas propias y las contrarias, que las mezclen, que las exageren, que las contradigan. Todo lo que pueda imaginar, toda la ironía que pueda y quiera desplegar, todos los recursos, todos los juegos están a disposición del autor sin que esté obligado a advertir al lector de tales juegos, el autor debe saber que no siempre conseguirá la complicidad de sus lectores y que siempre existirán lectores que lo mal interpreten.

Aceptemos que Valle-Inclan siente lo que expresa Don Latino en este diálogo. También podría haber añadido: “¡Quemenos la Academia! ¡Que los académicos salgan chamuscados corriendo como ratas!” Esto no significaría un llamamiento a la quema de la Academia de la Lengua. Podría ir más allá: “¡Levantemos patíbulos para todos ellos!” “Hay que establecer la guillotina en la Puerta del Sol”.Esto no significaría que Valle-Inclán fuese defensor ferviente de la pena de muerte. En el mismo discurso estaría exponiendo su pensamiento, exagerándolo y contradiciéndolo, Valle-Inclán puede permitirse el poner en boca de sus personajes lo que quiera, sin restricciones. Y de esta libertad surgen Max Estrella, Don Latino, El preso, La Pisa-bien, El rey de Portugal,... surge Lúces de bohemia.

Descendamos. Abramos una novela por una página cualquiera:

―Elena. ¡Cómo podéis dejaros engañar con tanta facilidad!. Es por vosotras que la misa sigue batiendo récord en representaciones teatrales. ¿Y cómo lo consiguen? De la forma más absurda: incitándoos al ayuno.

―No digas tonterías, el ayuno y los cilicios han pasado a la historia.

―No solo de pan vive el hombre. La mujer tampoco debería conformare con el pan.

―Vale, ya empezamos.

― ¿No entiendes que alguien que decide cuándo debes o no comer adquiere sobre ti un poder sin límites?

―Sobre ti que sólo piensas en comer, seguro.

―Y no se conforman con decidir cuando debes comer sino que, por toda comida, pretenden imponerte un plato de verduras.

―¿Por qué siempre terminas hablando de comida?

―Porque me tienes hasta las narices, porque estoy harto del plato del día.

María y Jorge habían quedado fuera de la conversación, el tono entre Elena y Pedro sube, Elena advierte que se sienten incómodos.

―Últimamente está insoportable ―Elena a María­­­ ―Quiere metérmela por el culo y no le dejo.

María y Jorge se miraron sorprendidos. Podrían haber ayudado a Pedro, porque ellos llevaban años incorporando la penetración anal al plato del día, pero permanecieron en silencio.

―Tiene una concepción de esa parte de su anatomía muy limitada ―Pedro a Jorge ― piensa que solo sirve para depositar mojones en la taza del váter.

―Dale tú otro uso distinto. Pídele a Jorge que te la meta hasta la campanilla.

― Es una idea.

María― ¡Ah, no! Jorge es mío.

Elena―Pues conmigo no cuentes. Por donde Dios manda lo que quieras. Además ―ahora a María ― ¿Tu sabes el aparato que tiene?

― Entonces, ¿me voy de tapas?

― ¡Ni se te ocurra!

María, a Elena ―No le hagas caso. Todos son iguales. Siempre el mismo chantaje. ―A Pedro ―Si te vas a comer fuera no será por culpa de Elena sino porque corréis detrás de cualquier cosa que lleve faldas.

Pedro ―También será porque las faldas se ponen delante de nosotros. No va ha ser toda la culpa nuestra.

Elena ―¿Vas a decirme que los hombres no sois más infieles que las mujeres?

― ¿Y quién sabe eso? Lo que sí se sabe es que vosotras sois más discretas. Tan infieles sois las mujeres como lo somos los hombres. Porque en la cama se meten dos, descontando los casos de bisexualidad, un hombre y una mujer. Un hombre casado y una mujer casada.

María ―¿Tu crees?

―La mayoría de las veces. También un hombre casado y una mujer soltera o una mujer casada y un hombre soltero. Pero supongamos que son más los casos en los que en la cama se encuentran una mujer soltera y un hombre casado, eso demostraría que las mujeres sois más fieles que los hombres, pero ¿os haría eso mejores?

María, siempre María― ¿Y la prostitución?

Pedro― Cierto, a eso no sé qué responder.

― En España hay más de 20.000 mujeres ejerciendo la prostitución en clubes de carretera. Esta prostitución solo daría servicio al mundo rural y a un pequeño colectivo que se mueve habitualmente por carretera; quedaría la prostitución de las ciudades. ¿Sabes lo que supone esta cifra? Haciendo cálculos conservadores supone 600.000 servicios a la semana, una media de cinco servicios por mujer y día. Unos dos millones y medio de servicios al mes. Esto, destinado a un colectivo de unos quince millones de habitantes, siete millones y medio de hombres. Quita niños y ancianos...

Pedro― Bueno, ¿por qué quitas a los ancianos?

― Quedan cinco millones de hombres entre dieciocho y sesenta y cinco años. O cinco de cada diez de vosotros frecuentáis la prostitución una vez al mes la mayor parte de la vida o la inmensa mayoría de vosotros habéis frecuentado la prostitución en alguna época de vuestra vida.

Pedro― Los economistas dais demasiado valor a los números.

―Sí, pero estos números dicen que un hombre que nunca haya estado con una prostituta es una rareza.

Pedro― Bueno... La prositución no es una infidelidad. Estamos hablando de infidelidades.

― ¡Ah! ―Elena ―Entonces, me puedo ir mañana de putos ¿no?

Pedro a Elena― Elena, esto es entre María y yo. ― Un flash reflexivo le dice que le debe una respuesta ―Bueno sí, te puedes ir mañana de putos, eso no va a destrozar nuestra pareja. Escocería, pero nada más. ―sin dar tiempo a que Elena responda, continúa su polémica con María. Jorge apura su trago y llama al camarero para que le sirva otro― Voy a meterme en tu terreno, el de las estadísticas. Sin salirme del tema. Luego, si quieres, hablamos sobre la prostitución. Pero, ya de antemano podemos convenir que la prostitución no es un problema importante para la pareja...

María. Sobre las palabras de Pedro ―No adelantes nada, si prefieres dejarlo para luego, deja también para luego los acuerdos de principio.

Pedro continúa con su discurso― No sabemos hasta que punto está extendida la infidelidad. Y no veo la manera de saberlo con certeza, pero podemos intuirlo. No lo sabemos porque por muchas encuestas que se hagan, confesar que se ha sido infiel va con las personas. Estarán las que no les cueste confesarlo y las que jamás lo confiesen. Las cifras de las encuestas subirán o bajaran en razón de la capacidad del encuestador para crear un ambiente de confianza en el que el culpable confiese. Y dependerá, también, de la naturalidad con que la sociedad trate el tema. Si se hubiese hecho una encuesta sobre infidelidades en la edad media, probablemente, nadie se habría confesado infiel, lo que no significa que en la edad media no existiesen tantas o más infidelidades que ahora.

Podríamos aventurar un porcentaje. Hay números mágicos que inundan la naturaleza. Está PI, bestia negra de la cuadratura del círculo. Sin PI nos sería imposible describir la naturaleza. Uno coma seiscientos dieciocho: el número de oro, otro número mágico: Fi. En realidad Fi es uno más la raíz cuadrada de cinco. Es un número raro, como Pi. Conforma el rectángulo áureo y está presente en el ideal de las proporciones del cuerpo humano definidas por Da Vinci. Los nautilos y otras conchas se desarrollan por la matemática de FI. La disposición de las escamas de las piñas responden a la sucesión Fivonacci, íntimamente ligada al número Fi. El Partenón, la Venus del Nilo... Podríamos continuar con muchos más ejemplos de la naturaleza y de las creaciones humanas. La lista sería interminable. De las proporciones, la proporción mágica sería 80/20. Como economista, deberás admitir que la mayoría de los procesos económicos pueden describirse con la proporción 80/20. Podría describir las desigualdades nacionales y mundial: el veinte por ciento de la población de un país detenta el ochenta por ciento de la renta y el veinte por ciento de las naciones consume el ochenta por ciento de los recursos mundiales. Pero un dato más técnico: el veinte por ciento de los clientes generan el ochenta por ciento del negocio, esto describiría la economía de la mayoría de las empresas, grandes o pequeñas. ¿Por qué no pensar que en las relaciones humanas intervienen los números mágicos? Ochenta veinte me parece una relación realista para cuantificar la infidelidad: ochenta de cada cien cónyuges son infieles.

María ―¡Ale! Creo que exageras.

—¿Tú crees? ¿Te parecería más ajustada una proporción del cincuenta cincuenta? Confías demasiado en nuestras parejas. En los grandes números cincuenta cincuenta es una proporción como otra cualquiera y como la sociología no nos aporta datos fiables sobre las infidelidades sería gratuito desecharla, pero en determinadas situaciones, voy a demostrarte que es manifiestamente insuficiente.

Elena ―Estás yendo demasiado lejos. Estamos aquí para entretenernos un rato, no para que nos des clases de estadística de salón. ¿Por qué no cambiamos de conversación?

―No es la estadística, es el propio tema el que nos resulta incómodo. Cuanto menos se piense que nuestra propia pareja nos puede ser infiel, mejor. ¿ Y de qué estamos hablando? Estamos hablando de sexo. ¿Alguien en esta mesa piensa que podemos tener mayor control sobre nuestro apetito sexual que sobre nuestro apetito alimenticio? El sexo nos es tan imperioso como el comer. El poder en todos los tiempos lo ha entendido a la perfección: Ejercer el poder sobre sus instintos es el mejor método para controlar a alguien. ¿Qué poder, obsesionado siempre por poseer nuestro control, se ha sustraído a la tentación de decirnos con quién cuándo y cómo debemos follar? ¿Por qué, si no, ese empeño en impedir que follemos de otro modo distinto a como ellos nos marcan? Siempre nos han racionado el agua. ¡El hombre! ¡El macho!, probablemente el macho haya sido el primero en descubrir el poder que proporciona la imposición de la abstinencia. ―A María y Elena― Así os hemos dominado. ¡Hasta donde nos ha sido posible! Nunca se consigue un poder total y perdurable. Vuestra actitud frente al sexo es la consecuencia de ese intento de dominación. Os hemos hecho creer que el sexo es algo pecaminoso y vuestra resistencia ha sido el hacernos creer que os lo habíais creído. Cuando se os pincha sangráis, pero asumís el papel de vírgenes inapetentes que os hemos asignado. Hasta de vuestro cinismo somos responsables. Detrás de las faldas vamos los hombres y detrás de los pantalones, las mujeres. Todos y todas. Renuncio a ese ejercicio del poder, podéis abandonar el papel de madres, os exijo que retoméis el papel de mujeres. Tarde o temprano caerán todos los decorados y nos enfrentaremos a nuestra realidad, ese día seremos felices. En los teatros, en los cines, en las salas de conciertos, en caferías como ésta existirán los... ¿Cómo podríamos llamarlos? ¿Joditorios? Habrá joditorios y lo mismo que vamos a mear cuando nos entran las ganas y todos estos lugares cuentan con urinarios para satisfacer esa necesidad, con la misma naturalidad iremos a los joditorios cuando nos de el apretón. Apretón que, no seamos hipócritas, nos da a todos. Digo esto porque hace un momento me ha dado el apretón. Mirar un momento a la morena que está sentada a vuestras espaldas. Hace un momento se levantó y pasó frente a nosotros, iría a mear. Quizá os pasó inadvertida, pero a mí me llamó la atención sus ojos. No, no es ninguna ironía; es posible que si no tuviese el cuerpo que tiene no me habría fijado en ella, pero fue su mirada lo que despertó en mí el apetito sexual. Por qué no le habría podido preguntar: señorita, ¿le apetece echar un polvo conmigo? De haberle apetecido, nos habríamos ido al joditorio y, pasado un rato, habríamos vuelto a nuestras respectivas mesas. Lo mismo que hacemos para mear, pero para follar: las dos funciones son igualmente necesarias para aliviar al organismo. No me miréis con esas caras, ¿estoy diciendo algo inconveniente? ¿No habéis tenido nunca el deseo de acostaros con alguien que se cruzaba con vosotras? ¿No habéis advertido en él el mismo deseo? ¿Qué ha impedido que os acostaseis? ¿A quién habríais perjudicado acostándoos? ¿Seríamos peores o mejores de lo que somos? Claro que si todos hacemos lo que queremos cuando nos viene en gana, ¿qué dejamos a aquellos que pretenden controlarnos? Uno comienza follando con quien le apetece, cuando le apetece y termina no pagando impuestos. Las arcas de los políticos y los cepillos de los curas vacíos: ¡Todo un desastre! Porque a la postre todo se reduce a eso, al diezmo. Como no renunciarán a controlarnos inventarán un sistema de sanciones para multar al que no folle.

¿Has advertido, María, que la proporción de ochenta veinte describe al cuadrado que está inscrito en el rectángulo áureo y su resto, que el ochenta veinte describe igualmente el círculo inscrito en un cuadrado y las cuatro esquinitas sobrantes, que la meteorología de la mayoría de los climas responde a la proporción de ochenta veinte? Probablemente el ochenta por ciento de las personas sean, o seamos, infieles a nuestras parejas. Os alarma ¿verdad? Todo lo que sea admitir una proporción superior al cincuenta por ciento es alarmante para el ochenta por ciento de las personas. Cuanto menor fuese esta proporción más seguros estaríamos de nuestras parejas. Sigue siendo una conversación incómoda. Si tuviésemos la percepción de que las infidelidades son pocas, no nos resultaría incómoda esta conversación. Pero sigamos con las matemáticas. Sigamos ya que me he empeñado en estropearos la noche. Esta proporción nos descubre algo: muchos infieles coincidirán en la misma pareja. ¿En qué proporción de parejas ambos son infieles? En el ochenta por ciento, no puede ser otra. Eso es lo justo: existe el ochenta por ciento de posibilidades de que seas infiel a tu pareja, si le eres infiel, tu pareja deberá tener las mismas posibilidades que tú de ser infiel. ¿Alarmados? Mas alarmante es el caso de los que son fieles a sus parejas: únicamente cuatro de cada cien parejas se guardarían fidelidad mutuamente. Realmente decepcionante.

María.― Decepcionante y absurdo.

― ¿Absurdo? ¿Tú crees? A las empresas hoteleras no les debe parecer tan absurdo; han iniciado una nueva línea de negocio. Bueno, qué te voy a decir yo a ti de nuevas líneas de negocio, eres economista. Alquilan sus habitaciones por medias jornadas, algo parecido a lo que siempre han hecho las pensiones de mala nota. No les llaman joditorios, claro está; quieren captar un nuevo segmento de clientes: captar a los ejecutivos que tienen que desplazarse de una ciudad a otra en el mismo día. El hotel les alquila la habitación por unas horas: el tiempo para asearse un poco y descansar un rato. ¿Por qué van ha pagar un día completo si el único uso que van a hacer de la habitación es: lavarse la cara, cambiarse de camisa y, como mucho, echar una cabezadita? ¡Joder! ¿Por qué puede hacerse publicidad de habitaciones para lavarse y peinarse y no de habitaciones para follar? Hipocresía. Los curas no han impedido que follemos, pero sí que hablemos de ello. Hace varios días estaba a las once de la mañana en los alrededores de uno de esos hoteles, se accede a ellos directamente desde el garaje. Tenía que esperar y me entretuve en contar el número de parejas que accedía a ese garaje, naturalmente para asearse. Vi pasar unas cuantas. María, ¿sabes que Jorge, tu marido, se asea con mi mujer? No, Elena, no te pongas nerviosa, no me molesta. Solo una pregunta: ¿le dejas que te la meta por el culo? Eso sí me jodería.

Estas líneas podrían estar escritas por cualquier escritor, independientemente de su pensamiento o ideología. Únicamente un análisis acertado del conjunto de la novela, si su autor lo permite, podría desvelarnos su pensamiento. Estos párrafos podrían pertenecer a cualquier tipo de novela ¿o no? Perfectamente podría tratase de una novela moralista. Advierto que no estás muy de acuerdo conmigo. Perfectamente podría encajar en una historia en la que se nos mostrase la ruina social a la que conduce el abandono de determinados principios. Si pensamos que la situación descrita es inmoral, ¿por qué no incluirla en una novela ejemplarizante? Pero no, no os engaña vuestra percepción de que no pertenece a una novela moralista. El lector de moralina quedaría desconcertado. Más encaja en una novela de influencia sadiana donde se describe una situación y unos personajes sin entrar a juzgarlos, donde se le ofrece al lector la libertad de juzgar la situación y los personajes, donde se ofrecen preguntas no respuestas, donde el autor ha podido mezclar su ideario, lo ha podido exagerar y tergiversar. Sería temerario juzgar al autor por lo que expresan estos personajes, decidir que esté o no de acuerdo con ellos o con alguno de ellos. Y desde luego sería aventurado adjudicar la voz del autor a alguno de ellos. Y el resultado de toda esta libertad, escribir lo que se quiera, de lo que se quiera y como se quiera, recoge como frutos la posibilidad de escribir obras que trasciendan al propio pensamiento del autor.

Para analizar La filosofía…, primero habría que decidir si, como diría Buñuel, se trata de una obra “alimenticia”. Si es una novela escrita y editada para ganarse unos dineros (que a Sade en esos momentos en los que estaba sumido en la miseria le habrían venido muy bien) sobraría cualquier interpretación. Ésta sería, entonces, una novela pornográfica, un género fácil que entonces como ahora daba dinero. Pero La filosofía no es una obra pornográfica, ninguna obra de Sade se puede encuadrar en el género pornográfico. Ni ahora ni en su tiempo. Julieta es la obra de Sade considerada como la más pornográfica. Estos son los primeros párrafos del V volumen:

En cuanto el Santo Padre [el Papa] formulaba un deseo, las seis ayudantes de campo, situadas en las gradas de nues­tro estrado, corrían a satisfacerlo. Pidió tres muchachas. El papa se sentó sobre el rostro de una ordenándole que le cosquillease en el ano; la segunda chupó su pito; la tercera manoseó sus cojones; y entretanto mi culo fue el objeto de los besos del Santo Padre. También se decía la misa y se cumplían las órdenes dadas por mí para que se ejecutasen mis deseos con la misma celeridad que los del soberano pontífice. En cuanto se consagró la hostia, el monaguillo. la trajo a la gradería y la depositó respetuo­samente en la cabeza del pito papal; en cuanto la ve allí, el bribón me encula con ella. Seis jóvenes muchachas y seis guapos muchachos le presentan indistintamente sus pitos y sus culos; yo misma era acariciada por debajo por un joven muy guapo, cuyo pito masturbaba una mu­chacha. No resistimos este entresijo de lujuria; los suspi­ros, pataleos, blasfemias de Braschi me anuncian su éxta­sis y deciden el mío; descargamos aullando de placer. Sodomizada por el papa, el cuerpo de Jesucristo en el culo. ¡Oh, amigos míos, cuántas delicias! Me parecía que jamás en mi vida había gozado de tantas. Caímos agotados en medio de los divinos objetos de lujuria que nos rodeaban y el sacrificio terminó.

Era cuestión de recuperar fuerzas; Braschi no quería que los suplicios comenzasen antes de que él la volviese a tener empinada. Mientras veinte muchachas y otrostantos muchachos trabajaban por devolverlo a la vida, yo me hice joder unas treinta veces ante los ojos del Papa en medio de un grupo de jóvenes; normalmente exci­taba a cuatro mientras era el objeto de las caricias de dos. Braschi gozaba increíblemente con mi libertinaje, me ani­maba a que redoblase sus impulsos. Se celebró otra misa y esta vez la hostia, traída hasta el más hermoso pito de la sala, se introdujo en el culo del Santo Padre que, em­pezando a empinársele, me volvió a encular rodeado de nalgas.

¡Bien! —dice, retirándose al cabo de algunas idas y venidas— Sólo quería que se me empalmase. Ahora inmolemos.

Da la orden para el primer suplicio; debía ejecutarse en la persona de un joven de dieciocho años. Le hace­mos que se acerque a nosotros y después de haberlo aca­riciado, besado, masturbado, chupado, Braschi le declara que va a crucificarlo como a San Pedro, boca abajo. Re­cibe su sentencia con resignación y la soporta con valor. Mientras se le ejecutaba, yo acariciaba a Braschi; ¡y adi­vinad quiénes eran los verdugos! : los mismos curas que acababan de celebrar las misas. El joven así tratado fue atado con su cruz a una de las columnas salomónicas del altar de San Pedro, y pasamos a la muchacha de quince años. Se acercó igualmente a nosotros y el papa la en­culó; yo la masturbaba; primero fue condenada a la más enérgica fustigación, después colgada de la segunda de las columnas del altar.

Apareció el muchachito de catorce años; Braschi le encula igualmente y, como quería ejecutar este crimen con su propia mano, no hubo ningún tipo de vejaciones, de horrores que no le aplicase. Aquí fue donde pude darme cuenta de toda la cruel maldad de este monstruo. Basta con estar en el trono para llevar estas infamias a su última expresión: la impunidad de estos granujas coronados los conduce a refinamientos que jamás inventarían los demás hombres.

Únicamente una mente obtusa puede, a una novela donde se suceden escenas como ésta, en la que se ataca ferozmente a todos los estamentos de poder de la época, calificarla de novela pornográfica. Tan claro es esto en Julieta como en Las 120 jornadas y Justine, sus novelas clandestinas (el manuscrito de Las 120 jornadas desapareció en la toma de La Bastilla, la incluyo entre sus novelas clandestinas porque en ningún caso habría podido publicarla con su firma). En La filosofía, aparentemente, no estaría tan claro. Los simbolismos de esas tres obras son contundentes y claros, aparecen perfectamente definidos los poderes y la crueldad con que ejercen el poder. En La filosofía por el contrario, como veremos más adelante, el sarcasmo y el juego de dobles sentidos dificultan el conocimiento de sus destinatarios, de sus referencias. En cuanto a la crueldad, Lely opinó que es la menos cruel de sus obras clandestinas, la califica de obra amable a excepción de su última escena; desde entonces, otros estudiosos de Sade han venido a sumarse o repetido esa misma opinión. Lo cierto es que toda la obra es una preparación de esa última escena de violencia difícilmente superable y claro simbolismo: el asesinato de una madre a manos de su hija adolescente. Aun con el hermetismo de la obra, tenemos elementos de juicio suficientes para negar su inclusión en el género pornográfico. ¿A qué autor pornográfico, ya sea de novelas, de películas o de cualquier otro soporte, se le puede ocurrir dedicar la tercera parte del material a incluir un panfleto moral, ético o político, como queramos? y ¿Qué filósofo aprovecharía una obra pornográfica para exponer su ideario? Volvamos a Buñuel. Analicemos sus producciones: la alimenticia y la de autor. La primera, de una correcta factura e interesante en algunos casos, es anodina y carente de vigor. Películas que responden a lo que se le pide al autor. Películas entretenidas, fáciles y mayoritariamente insustanciales con las que no se quiere ofender a nadie porque todos comparten el mismo y único objetivo: ganar un dinero. Por el contrario, es en sus obras de autor donde se aprecia su genio. Ya no son obras fáciles, pueden ser o no entretenidas, como pueden ofender o no ofender a alguien. Desde luego no son complacientes con los poderes establecidos; por el contrario, parece empeñado en irritarles. Leyendo “Oxtien”, obra de teatro que se estrenó el París al poco de recuperar su libertad, podemos adivinar al Sade alimenticio. “Oxtien” es una obra de Sade sin el genio de Sade; una obra anodina, donde se pueden apreciar los penosos esfuerzos de Sade para no incomodar a nadie. También es una obra de una acción “apresurada”, se tiene la sensación de que el autor está desando acabarla cuanto antes, que no tiene ningún interés por desarrollarla. Si embargo, en sus obras clandestinas, las que sus estudiosos califican de pornográficas (alimenticias), podemos observa su autentica obra, aquella en la que no se impone ninguna restricción, en la que se expresa libremente. En ellas no hace concesiones. ¿Desconocía Sade las claves de la novela pornográfica, en muchos casos también publicadas por sus editores? ¿Para qué cabrear más a la bicha? Y ¿por qué ese afán de incomodar a los lectores que únicamente piden escenas voluptuosas? Como pornografía, las obras de Sade son un desastre. El silogismo: las obras pornográficas en aquella época eran clandestinas, estas obras de Sade son clandestinas luego son pornográficas, está viciado. Es obvio el motivo por el que estas obras eran clandestinas, y por qué Sade negaba su autoría: “Obra póstuma del famoso autor de Justine”. Aun hoy, las obras de un autor que atacase a los actuales poderes establecidos tan furibúndamente deberían ser clandestinas. Como es obvio el por qué, también, fue y es tan furibúndamente atacado, hasta el punto de confeccionarle una completa y demoniaca biografía.

Desecho la tesis pornográfica. Otra posibilidad sería que Sade, atravesando una época de escasez, utilizara un género vendible para exponer su ideario. Que Sade ha utilizado el género pornográfico para, dándole la vuelta, expresarse es aceptable; aunque no tenga tan clara que la motivación fundamentar de tal utilización sea la económica, en todo caso es una polémica que no suscita mi interés. En cuanto al segundo punto: pensar que en La filosofía, Sade aprovecha para exponer su ideario es absurdo, ya se ha apuntado; pero, habrá que argumentar para desecharlo.

Es cierto que, por lo que sabemos de su concepción filosófica, el discurso de Dolmancé y el de “Franceses un esfuerzo más” (es el mismo discurso) coincide, al menos en alguna parte, con ella. Pero, ¿Sade vierte su pensamiento como si se tratase de un ensayo filosófico o político o lo está cediendo, exagerando, para su utilización cínica? Y en este último caso ¿Por qué y para qué?

Recordemos el argumento: Un grupo de libertinos ejercen de preceptores y darán, durante unas horas, lecciones a una adolescente para procurar su más absoluta depravación. Dolmancé, con la asistencia del resto, será el encargado de impartir estas lecciones que en apenas unas horas logrará que la joven mate a su madre de forma repugnante, con el beneplácito de todos, incluido en de su padre. En medio de las clases se lee un manifiesto que trae Dolmancé y que es una repetición ampliada de lo que ya ha expuesto él mismo, incluso a su término manifiesta que se trata indudablemente de su filosofía.

Me ha pasado a mí, te ha pasado a ti y yo creo que nos ha pasado a todos: es imposible no pensar que no sea otra cosa que eso: Sade aquí expone sus ideas. En ningún otro escrito de Sade, ni siquiera en Aline y Valcour, encontramos un discurso ideológico tan estructurado y convincente. Pocos políticos han tenido en sus manos un discurso tan elocuente, ¡y eso que son elocuentes los políticos¡

Pero sobrepongámonos a la primera impresión. Profundicemos en la estructura de la obra. En las 120 jornadas principalmente, pero en todas sus obras, asistimos a la exposición de sofismas (son eso, Sade constantemente nos lo hace saber) puestos en boca de personajes repugnantes ya sea por su físico o por su repugnante moral. Pongamos por ejemplo la descripción de los héroes de las 120 jornadas (sólo unos fragmentos, las descripciones de cada uno llenan varias páginas de negritud):

Al duque de Blangis lo describe con un físico imponente; en contraposición su catadura moral es repulsiva, descrita en abundancia ocupa varias páginas. Estos son algunos detalles:

Nacido falso, duro, imperioso, bárbaro, egoísta, tan pródigo para sus placeres como avaro cuando se trataba de ser útil, mentiroso, glotón, borracho, cobarde, sodomita, incestuoso, asesino, incendiario, ladrón, ni una sola virtud compensaba tantos vicios.[…]

Su padre, fallecido joven, y dejándole heredero, como ya he dicho, de una fortuna inmensa, había puesto, sin embargo, la cláusula de que el joven dejaría disfrutar a su madre, durante toda su vida, de una gran parte de esta fortuna. Tal condición no tardó en disgustar a Blangis y, no viendo el malvado más que el veneno para impedirle cumplirla, se decidió inmediatamente a utilizarlo. Pero el bribón, principiante por aquel entonces en la carrera del vicio, no se atrevió a actuar por sí mismo: obligó a una de sus hermanas, con la que vivía en relación criminal, a asumir la ejecución, dándole a entender que, si lo conseguía, le haría disfrutar una parte de la fortuna que esta muerte pondría en sus manos. Pero la joven se horrorizó de esta acción, y el duque, viendo que un secreto mal confiado sería tal vez traicionado, se decidió al instante a juntar con su víctima a la que él había querido hacer su cómplice. Las llevó a una de sus tierras, de donde las dos infortunadas no regre­saron jamás.

Sobre su pensamiento:

Muy pronto me coloqué por encima de las quimeras de la religión, absolutamente convencido de que la existencia del creador es un escandaloso absurdo en el que no creen ni los niños. No siento ninguna necesidad de re-frenar mis inclinaciones con la intención de complacerle. Yo he recibido estas inclinaciones de la naturaleza, y la irritaría resistiéndome a ellas;[…]

Si se le objetaba al duque que en todos los hombres existían, sin embargo, unas ideas de lo justo y de lo injusto que sólo podían ser fruto de la naturaleza, ya que aparecían en todos los pueblos e inclu­so en aquellos que no eran civilizados, respondía a ello que estas ideas sólo eran relativas, que el más fuerte consideraba siempre muy justo lo que el más débil veía como injusto, y que si se les mudara a ambos de lugar, ambos al mismo tiem­po cambiarían también de manera de pensar; de ahí concluía que sólo era realmente justo lo que daba placer e injusto lo que daba pesar; que en el instante en que él robaba 100 lui­ses del bolsillo de un hombre, hacía algo muy justo para él, aunque el hombre robado tuviera que verlo con otros ojos; que al ser todas estas ideas sólo arbitrarias, muy loco sería el que se dejara encadenar por ellas. Mediante razonamientos de este tipo el duque legitimaba todos sus desafueros,…

Y una capacidad:

«…y como le sobraba el ingenio, sus argumentos parecían decisivos.»

Y así describe el físico del Presidente Curval, otro de los cuatro síndicos:

Era el decano de la sociedad. Con cerca de sesenta años, y singularmente deteriorado por el desenfreno, ofrecía poco más que un esqueleto. Era alto, enjuto, flaco, con ojos hundidos y apagados, una boca lívida y malsana, la barbilla respingona, la nariz larga. Cubierto de pelos como un sátiro, espalda recta, nalgas blandas y caídas que más parecían dos trapos sucios flotando en lo alto de sus muslos; la piel tan ajada a fuerza de latigazos que se podía enroscar alrededor de los dedos sin que él lo notara. En medio de eso se ofrecía, sin que fuera preciso abrirlo, un orificio inmenso cuyo diámetro enorme, olor y color le hacían parecer-se más a un agujero de excusado que al agujero de un culo; y, para colmo de encantos, entraba en los hábitos de este puerco de Sodoma dejar siempre esa parte en tal estado de suciedad que se veía incesantemente a su alrededor un rodete de 2 pulgadas de espesor. Al final de un vientre tan arru­gado como lívido y fofo, se descubría, en un bosque de pelos, un instrumento que, en estado de erección, podía tener 8 pulgadas de longitud por 7 de contorno; pero este estado era muy excepcional, y se precisaba una furiosa serie de cir­cunstancias para determinarlo. Se producía, sin embargo, por lo menos dos o tres veces por semana, y el presidente enfila­ba entonces indistintamente todo tipo de agujero, aunque el del trasero de un chiquillo le resultara infinitamente más pre­cioso. El presidente se había hecho circuncidar, de modo que la cabeza de su polla jamás estaba recubierta, ceremonia que facilita mucho el placer y a la que deberían someterse todas las personas voluptuosas. Pero uno de sus objetivos es man­tener esta parte más limpia: nada más lejos de que esto se cumpliera en Curval, pues tan sucio de este lado como en el otro, esta cabeza descapullada, ya naturalmente muy gruesa, se ensanchaba ahí por lo menos una pulgada de circunferen­cia. Igualmente sucio en toda su persona, el presidente, que a esto unía gustos por lo menos tan marranos como su per­sona, se volvía un personaje cuya proximidad bastante maloliente no era para gustar a todo el mundo.

Aquí, en las 120 jornadas, Sade no deja la menor duda de lo que serán todas las disertaciones filosóficas que inundan la obra. Sólo maliciosamente puede pensarse otra cosa. Pero La filosofía en el tocador no da ninguna de esas pistas. Dolmancé es un joven dandi, el mismo se jacta de depravado y se justifica con soltura y coherencia, el ambiente no es repulsivo y al estar escrita como un diálogo teatral no existe ninguna voz que matice su discurso, ¿o sí?

La obra contiene algunas incoherencias. La más importante es el personaje El Caballero. Es un personaje imposible, totalmente desdibujado e incoherente. Si analizamos la obra este personaje tendría dos alternativas. Una: desaparecer, no es necesario. La obra transcurriría perfectamente sin él. Dolmancé es el que exclusivamente da las lecciones y puesto que Sade ha querido hacer de él un personaje incompleto incapaz para la penetración vaginal, esta labor, que es la que asume El Caballero, la podría asumir Agustín o para componer las escenas con mayor colorido un segundo criado. El Caballero hace el papel de criado, solo se aparta de ese papel al hacer las presentaciones mediante un diálogo inicial con Madame de Saint-Ange. Presentación que con ventaja podría tejerse mediante un diálogo de la misma Saint-Ange con Dolmancé o Saint-Ange con Eugenia (las posibilidades de morbo de esta segunda alternativa son inmensas), según Sade hubiese querido que entrase en escena antes Dolmancé o Eugenia. El que sea “El Caballero” el que haga las presentaciones parece responder a la intención de dar papel a un personaje que no va a tenerlo el resto de la obra, justificar su presencia (probablemente, que sea Caballero el que lea el manifiesto a instancias de Dolmancé también podría responder a la incomodidad del autor ante un personaje sin diálogo; pero dado que “Franceses un esfuerzo más” tiene una especial significación; también podría, igualmente, responder a alguna intención por parte de Sade)

Otra posibilidad sería que se convirtiera en un segundo preceptor y la adolescente Eugenia recibiese las lecciones de los dos. Aparentemente son el mismo personaje, perfectamente pueden asumir iguales papeles. Mantener a un personaje en la sombra durante toda la obra resulta incomodo, su presencia y su silencio deben justificarse. Dado que el personaje está ahí, complementarse ambos personajes en las iniciativas voluptuosas y argumentando a dos bandas, ofrece posibilidades que Sade desaprovecha dejando desdibujado el personaje de Caballero. ¿Error de Sade? No lo creo. La indefinición de Caballero es intencionada. En realidad es el “caballero de Melvir”, pero Sade intencionadamente se refiere a él cuando inicia sus diálogos simplemente como El Caballero. El resto de personajes aparecen con sus respectivos nombres: Saint-Ange, Dolmancé, Eugenia y (hasta el criado) Agustín. Y un personaje que anda al pairo que Sade denomina “El Caballero”. Quien piense que es mera coincidencia desconoce hasta que punto, en determinados autores, todo responde a una motivación. ¿Por qué, pues, la presencia de “El Caballero” en la obra? Y, también importante, ¿Por qué tal indefinición?

“El Caballero”, no obstante, tiene una intervención importante y otra curiosa; son sus dos únicas intervenciones, lo demás en él es “paja”. La importante: se ha terminado de leer el manifiesto y Dolmancé se muestra en total sintonía con el mismo,”El Caballero” le responde:

El Caballero — Permítanme, les ruego, retomar los principios de Dolmancé, para tratar de discutirlos y, si puedo, aniquilarlos. ¡Ah! ¡Qué diferente serias, hombre cruel, si privado de la inmensa fortuna que posees y donde encuentras los medios para satisfacer tus pasiones, tuvieras que languidecer durante largos años en el infortunio agobiante del cual tu espíritu feroz se atreve a culpar a los miserables! Cuando tu cuerpo, sólo cansado por las voluptuosidades, descansa lánguidamente sobre lechos de plumas, mira el suyo, agobiado por los trabajos que te permiten vivir, que recoge un poco de paja para preservarse del frió de la tierra, cuya superficie, al igual que las bestias, es lo único que tienen para acostarse; rodeado de platos suculentos, con los que veinte alumnos de Comus despiertan a diario tu sensualidad, mira cómo esos desgraciados le disputan a los lobos, en los bosques, la amarga raíz de un suelo agostado; cuando los juegos, las gracias y las risas conducen hasta tu lecho impuro los objetos más hermosos del templo de Cyterea, mira a ese miserable tendido junto a su triste esposa, que satisfecho de los placeres que recoge en el seno de las lágrimas no puede ni siquiera imaginar que existen otros: míralo, cuando no te privas de nada, cuando vives en medio de lo superfluo; míralo, te pido, falto constantemente de las cosas necesarias para atender las necesidades elementales de la vida; contempla su familia desolada; ve a su esposa, temblando, compartirse con ternura entre los cuidados que debe a su marido, que languidece cerca suyo, y aquellos que la naturaleza exige para los vástagos de su amor, privada de la posibilidad de cumplir con esos deberes tan sagrados para su alma sensible; ¡óyelos sin estremecerte, si es que puedes, cuando reclaman cerca tuyo eso superfluo que tu crueldad les niega!

Bárbaro, ¿no son acaso hombres como tú? y si os parecen, ¿por qué debes gozar cuando ellos languidecen? Eugenia, Eugenia, no apague en su conciencia la voz de la naturaleza: es a la beneficencia que ella la conducirá cuando, a pesar de usted misma, separe su voz del fuego de las pasiones que la absorben. Estoy de acuerdo en que dejemos de lado los principios religiosos, pero no abandonemos las virtudes que la sensibilidad nos inspira; sólo practicándolas gozaremos los más dulces placeres del alma, y también los más deliciosos. Todos los extravíos de su espíritu serán redimidos por una buena obra; ella calmará los remordimientos que su desenfreno hará nacer, y formando en el fondo de su conciencia un asilo sagrado donde se recogerá, obre usted misma algunas veces, encontrará allí el consuelo para los excesos a donde sus errores la habrán conducido. Hermana, soy joven y libertino, impío, soy capaz de todos los desenfrenos del espíritu, pero me queda el corazón; es puro y con él, amigos míos, me consuelo de todos los defectos de mi edad.

Esto podría pensarse que es moralina impropia de Sade, pero en estos párrafos pienso que podemos encontrar su pensamiento, su preocupación en aquellos momentos. No predica la virtud, porque él mismo no se considera un virtuoso, se muestra tolerante con actitudes y comportamientos, llamemos, poco piadosos. Entiende que es la naturaleza la responsable de nuestros defectos y es ella la que nos conduce a desenfrenos (hasta cierto punto podríamos decir que piensa que es imposible escapar de estos desenfrenos, al menos no otorga excesivo valor a que caigamos en ellos, que todos podemos caer en algunos de ellos), pero que en la propia naturaleza encontramos el medio de corregirlos y compensarlos. El carácter misantrópico de la obra se ve, en cierto modo, compensado por este discurso de esperanza, tenue esperanza. También podría considerarse una magistral y concisa lección de psicología evolutiva.

Volvamos nuevamente al conjunto de la obra. En las 120 jornadas, los protagonistas ejercen el poder despóticamente sobre sus victimas de principio a fin. Nos muestra a unos personajes que se han comportado de modo depravado durante toda su historia y nos narra un episodio más de su depravación. En “La filosofía” no hay poder despótico, no hay crueldad continuada; hay corrupción. Dolmancé, principalmente Dolmancé, corrompe a la adolescente Eugenia (la bien nacida). Sade cuando compone La filosofía no es un ferviente entusiasta de la revolución (“Franceses un esfuerzo más” no es un discurso entusiasta, es un discurso cínico); ni es un adolescente utópico, ni le ha pasado desapercibido el estado del terror. La filosofía... es la obra de un misántropo que ha perdido toda esperanza en la especie humana. En las 120 jornadas el autor denuncia vehementemente al viejo régimen. Para él el despotismo es inherente al viejo régimen. Un cambio, una revolución que acabe con el viejo régimen acabará con el despotismo, puede haber esperanzas. Pero la revolución se ha producido, es una niña que comienza a andar, inocente y de la que se puede esperar todo; pero no ha superado la adolescencia cuando la corrompen hasta el punto de que mata a su madre de la forma más horrorosa. Sade ha pasado semanas viendo a miles de personas morir en la guillotina. Quien había denunciado la inhumanidad de unos magistrados dispuestos a condenar a muerte a unos pobres diablos obligados por las circunstancias a delinquir, ahora ve como el nuevo sistema, en el que había puesto sus esperanzas, se convierte en un monstruo sanguinario, la joven Eugenia inoculando la sífilis a su madre y cosiéndola para que los humores la pudran más rápidamente. Sade ha perdido toda esperanza, ya no denuncia, se limita a expresar su desengaño, no busca un interlocutor, ni espera la complicidad de nadie, se limita a escribir para él mismo. De la ironía del preceptor filósofo: “«De todas las ciencias que se inculcan a un niño cuando se trabaja en su educación, los misterios del cristianismo, aun siendo sin duda una de las materias más sublimes de esta educación, no son, sin embargo, las que se introducen con mayor facilidad en su joven espíritu», al sarcasmo del prólogo de La filosofía: “Convenceos con su enseñanza, ya que sólo extendiendo las esteras de sus gustos y de sus fantasías, o sea sacrificando todo a la voluptuosidad, el desdichado individuo conocido con el nombre de hombre y arrojado a su pesar sobre este triste universo podrá sembrar algunas rosas sobre las espinas de la vida.», sólo hay que interponer toneladas de decepción. Repasemos que ha pasado en la vida de Sade en el interludio de estas dos obras y hallaremos los motivos de su decepción. Considerar a Sade un utópico entusiasta a esas alturas de su vida son milongas.

Y ahora la otra intervención de El Caballero. Está presentando la acción de la obra, le advierte a su hermana que su amigo Dolmancé es incapaz de poseer a una mujer de forma natural. Sade no presenta a Dolmancé exactamente como a un homosexual, presenta a un personaje incapaz para la penetración vaginal, incapaz para la procreación, incapaz de generar vida. Y es El Caballero el que para que no queden dudas, para que no se identifique la perversidad del personaje con la homosexualidad, defiende la homosexualidad.

El Caballero — No te ocultaré mis extravagancias con él. Tienes demasiado espíritu como para desaprobarlas. Amo a las mujeres y me libro a esos raros gustos sólo cuando un hombre amable me cautiva. En tal caso nada hay que no haga. Estoy lejos de esa continencia ridícula que hace creer a nuestros jóvenes frívolos que debe responderse con bastonazos a semejantes proposiciones. ¿Es acaso el hombre dueño de sus gustos? Es preciso compadecer a aquellos que tienen gustos particulares, pero nunca insultarlos: su error es el de la naturaleza. No eligieron llegar al mundo con inclinaciones diferentes, de la misma manera que nosotros no elegimos nacer derechos o chuecos. Por otra parte, un hombre que dice desearte, ¿dice una cosa desagradable? Por supuesto que no; te hace un cumplido; ¿por qué, entonces, responderle con injurias o insultos? Únicamente los estúpidos pueden pensar así. Un hombre razonable no dirá lo contrario de lo que sostengo. Pero el mundo está poblado de imbéciles que creen que se les falta el respeto si alguien confiesa que los encuentra apropiados para los placeres; pervertidos por las mujeres, celosas siempre de todo lo que tenga apariencia de atentar contra sus derechos, se imaginan ser Quijotes de esos derechos ordinarios, y atacan a quienes no los reconocen.

Este discurso podría ser tachado de políticamente incorrecto en alguno de sus puntos, pero, aun hoy, es rompedor. Es, junto con la intervención principal, las únicas intervenciones de El Caballero que expresan un pensamiento; las demás, escasas, entran en lo que podríamos denominar el engranaje de la acción, son intentos de mantener a El Caballero en escena. Son del tipo:

El Caballero — Dolmancé, practiquemos un cambio; pase usted rápidamente del culo de mi hermana al de Eugenia, a fin de hacerle conocer el placer de ser cogida por dos; por mi parte, culearé a mi hermana. Esta, entretanto, le devolverá sobre las nalgas los golpes de vara que con usted ha ensangrentado a Eugenia.

[…]

El Caballero — Eugenia... aproxímese... ¡Ah, qué senos divinos, qué muslos suaves y redondeados!... ¡Acaben! ¡Acaben ambas, que mi licor va a añadirse! ¡Ya salta!... ¡ah! ¡Dios perro! ...

Hasta intervenciones relativamente crueles (un desfloramiento entonando un leve sadomasoquismo):

El Caballero — ¡Grita cuanto quieras, pequeña bribona, te digo que tiene que entrar aunque debas reventar mil veces!

Eugenia — ¡Qué barbarie!

Dolmancé — ¡Ah, no se es delicado cuando está parada!

El Caballero — ¡Ya está! ¡Ya está, demonios! ¡Ah, mierda, el virgo se fue al diablo! ¡Miren correr su sangre!

Eugenia — ¡Anda, tigre!... ¡Anda, desgárrame si quieres; ahora me río de eso!... ¡bésame, verdugo, bésame que te adoro! Ah, no es nada cuando está adentro: todos los dolores quedan olvidados. .. ¡Desdichadas las vírgenes que se espantan de tal ataque! ¡Cuántos placeres rechazan por no sufrir una pequeña pena!... ¡Empuja, empuja, caballero, que yo acabo!... Riega con tu esperma las llagas con que me has cubierto... empújalo hasta el fondo de mi matriz... ¡Ah, el dolor cede al placer! ¡Me desmayo!

Y pequeñas protestas:

El Caballero — Sea; estamos aquí para un fin muy diferente al que yo quería conducirlos; acepto que marchemos sin vacilación hacia tal fin; guardaré mi moral para aquellos que estén menos ebrios que ustedes, y que por eso puedan entenderla.

[…]

El Caballero — Verdaderamente, Dolmancé, es horrible lo que nos hace hacer; es ultrajar al mismo tiempo la naturaleza, el cielo y las leyes más sagradas de la humanidad.

Pero se deja llevar:

El Caballero — Obedezcamos, ya que no hay modo de persuadir a este perverso que lo que nos hace hacer es horroroso.

[…]

El Caballero — Cortada, como entre los chinos, en veinticuatro mil pedazos

Para concluir sus intervenciones, ya al final de la obra, cuando se dispone a colaborar en la tortura de la madre:

El Caballero, (obedeciendo) — Nunca vi una muchacha tan perversa como ésta.

Prácticamente este es todo el papel de El Caballero. Como se comenzó diciendo es un personaje imposible, el peor de los escritores le conferiría mayor consistencia. Los esfuerzos de Sade para incluir un personaje que no tiene cabida en la obra son patéticos. El resultado es una colección de sin sentidos donde “El Caballero” navega entre dos aguas.

Con estas pistas se puede llegar a la siguiente conclusión: Sade en esta obra describe su visión de la república. Una criatura nacida de las ilusiones del pueblo (la bien nacida) corrompida por un depravado (cabe preguntase si el depravado Dolmancé simboliza a todo el estamento político, o representa una figura señera del mismo). Y ese personaje que se preocupa de salvaguardar la practica homosexual, que refuta la argumentación del depravado Dolmancé, que levemente protesta de sus practicas, que participa tímidamente de ellas, es el propio autor: Sade (quizá describiendo su actitud frente a la república). Y si Sade presta sus ideas al cínico Dolmancé, es porque entiende que las está corrompiendo. Pero esto no significa que las ideas vertidas por Dolmancé sean las ideas de Sade: son la utilización cínica de unas ideas compartidas (las ideas republicanas) y para hacer notar ese uso cínico, al ponerla en labios de Dolmancé (que bien podría ser un personaje notorio de la republica) y su panfleto “Franceses un esfuerzo más…” (que bien podría ser el conjunto del estamento político) las exagera, deforma y tergiversa. El panfleto “Franceses un esfuerzo más…” simboliza los discursos del poder, que utiliza palabras grandilocuentes, grandes ideas para disfrazan y justifican sus acciones. Todas las corrupciones, todas las depravaciones cometidas por el poder desde Sade hasta nuestros días se han visto precedidas y sostenidas por discursos de estos poderes parecidos a ese panfleto: “Franceses un esfuerzo más…”, únicamente deberemos despojarlo de todo su sarcasmo y exuberancia. Eso sí, deberemos mantener su cinismo.